- 16 abril, 2013
- Categorias: Fiscal
Por descontado se trata de un tema candente: La lucha contra el fraude fiscal. Y es uno de los pilares que el Gobierno quiere reforzar para sustentar las finanzas públicas. Lástima que contra tan ambicioso objetivo se encuentre con palos en las ruedas como los casos de corrupción que nos caen a diario, que en esto – con independencia del color del partido – haber hay para todos.
Como la pregunta de qué fue primero, si el huevo o la gallina, creo que un bucle sin fin del mismo estilo encontraríamos entre corrupción y fraude fiscal.
En nuestro país el tema de la picaresca viene de antaño, por mucho que sea antisocial, escaquearse aquí no está mal visto. Se critica públicamente pero a nivel privado, cada cual barre para su casa y aquí está el mal endémico contra el que, en mi humilde opinión, hay que luchar de verdad.
Basar dicha lucha con leyes punitivas: sanciones y liquidaciones imprescriptibles puede ser una manera práctica y relativamente efectiva, pero seguirá habiendo fraude. A mayor o a menor nivel (recomiendo que vean el programa Salvados de Jordi Évole: Fraude rico, fraude pobre emitido en diciembre pasado) el fraude fiscal está en todos los estamentos económicos y por lógica pura, en las grandes corporaciones y fortunas se genera en mayor medida que en el autónomo en módulos o en la señora de la limpieza, por poner un símil facilón. Y la percepción es que no se lucha de igual manera contra lo uno que contra lo otro. Las medidas contras los grandes generadores de fraude son más bien escasas (por su complejidad) y las medidas contra los pequeños son generosas (más simples), porque Hacienda los tiene bien fichados y generar requerimientos masivos le es muy fácil, y su poder de respuesta y oposición a dichos requerimientos suele ser exiguo.
No va por ahí la solución, en mi opinión, o nos reeducamos todos o esto no hay quien lo arregle. Y por reeducarnos me refiero a tomar conciencia de lo que supone gestionar un presupuesto. Hay que aprender desde pequeños que podemos gastar de lo que tenemos y si nos gastamos lo que no tenemos significa que hay que endeudarse. Y eso tiene consecuencias (intereses, responsabilidad, etc..); y, que esa misma base sirve para lo privado y para lo público. Sólo así seremos capaces de juzgar lo que otros hacen con nuestro dinero y actuar en consecuencia, exigiendo las responsabilidades a quien pudiera corresponder. Es necesario, pues, un cambio de mentalidad, no a golpe de decreto sino desde la base de la sociedad.
En definitiva, que nos tenemos que concienciar todos de una vez por todas, que lo que está en juego cuando hablamos de fraude fiscal es nuestro dinero, y lo que podemos hacer con él si está eficientemente gestionado, que no es poco.
Por descontado se trata de un tema candente: La lucha contra el fraude fiscal. Y es uno de los pilares que el Gobierno quiere reforzar para sustentar las finanzas públicas. Lástima que contra tan ambicioso objetivo se encuentre con palos en las ruedas como los casos de corrupción que nos caen a diario, que en esto – con independencia del color del partido – haber hay para todos.
Como la pregunta de qué fue primero, si el huevo o la gallina, creo que un bucle sin fin del mismo estilo encontraríamos entre corrupción y fraude fiscal.
En nuestro país el tema de la picaresca viene de antaño, por mucho que sea antisocial, escaquearse aquí no está mal visto. Se critica públicamente pero a nivel privado, cada cual barre para su casa y aquí está el mal endémico contra el que, en mi humilde opinión, hay que luchar de verdad.
Basar dicha lucha con leyes punitivas: sanciones y liquidaciones imprescriptibles puede ser una manera práctica y relativamente efectiva, pero seguirá habiendo fraude. A mayor o a menor nivel (recomiendo que vean el programa Salvados de Jordi Évole: Fraude rico, fraude pobre emitido en diciembre pasado) el fraude fiscal está en todos los estamentos económicos y por lógica pura, en las grandes corporaciones y fortunas se genera en mayor medida que en el autónomo en módulos o en la señora de la limpieza, por poner un símil facilón. Y la percepción es que no se lucha de igual manera contra lo uno que contra lo otro. Las medidas contras los grandes generadores de fraude son más bien escasas (por su complejidad) y las medidas contra los pequeños son generosas (más simples), porque Hacienda los tiene bien fichados y generar requerimientos masivos le es muy fácil, y su poder de respuesta y oposición a dichos requerimientos suele ser exiguo.
No va por ahí la solución, en mi opinión, o nos reeducamos todos o esto no hay quien lo arregle. Y por reeducarnos me refiero a tomar conciencia de lo que supone gestionar un presupuesto. Hay que aprender desde pequeños que podemos gastar de lo que tenemos y si nos gastamos lo que no tenemos significa que hay que endeudarse. Y eso tiene consecuencias (intereses, responsabilidad, etc..); y, que esa misma base sirve para lo privado y para lo público. Sólo así seremos capaces de juzgar lo que otros hacen con nuestro dinero y actuar en consecuencia, exigiendo las responsabilidades a quien pudiera corresponder. Es necesario, pues, un cambio de mentalidad, no a golpe de decreto sino desde la base de la sociedad.
En definitiva, que nos tenemos que concienciar todos de una vez por todas, que lo que está en juego cuando hablamos de fraude fiscal es nuestro dinero, y lo que podemos hacer con él si está eficientemente gestionado, que no es poco.